Así, en una fracción de segundo, se me corta la respiración y se me acelera el pulso. El estómago se me encoge y ni si quiera soy capaz de respirar. Esa sensación que empieza en el estómago va subiendo y se anuda a la garganta, con las cuerdas vocales casi rotas. Los ojos, cada vez más cansados, luchan por no romperse en mil lágrimas muertas de amor tal vez. Parpadeo y la vuelvo a mirar; no, no es un sueño, de verdad la tengo entre mis brazos. Y me doy cuenta de que la quiero tener así una vida entera.
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